Costilla con patatas

Mi máma me mima. Yo mimo a mi mamá...

Mi mamá, creo que ya os lo he contado  en alguna ocasión, no es una cocinera Michelin. Mi mamá es maestra. Una maestra de las de antes, de las de una de cal y una de arena. De las de disciplina espartana. De las de besos y abrazos. De las que sabían con solo mirarte que habías hecho una de vaqueros y te hacían copiar cincuenta veces "No volveré a destintar los bolis en el pupitre". De las que te cantaban el cumpleaños feliz a coro con tus compañeros y te tiraban de las orejas para celebrarlo. 

Mi mamá es igual de buena como mamá (y como abuela) que era como maestra. Una de cal y una de arena. Vale, no era una gran cocinera. Pero siempre estaba ahí para ayudarte a hacer las cuentas de multiplicar. Sabía cuentos, canciones, juegos. No le importaba pasar las tardes de invierno pintando con acuarelas o recortando muñecas de papel o ensartando estrellitas de sopa en un hilo para hacer collares. Vale, si te pillaba haciéndole sesión de peluquería a las muñecas estabas castigada en tu cuarto el resto de la tarde, pero nunca faltaban besos y abrazos de buenas noches y canciones de buenos días.

Yo fui una niña difícil, lo reconozco. Una especie de kamikaze con coletas. Siempre al filo de lo imposible, siempre al borde del precipicio. Menos mal que iba a un cole de monjas, y sólo éramos niñas, y nos enseñaban a bordar y a cantar canciones pías. Y aún así, siempre llena de moratones, siempre jugando a subirme a todos lados, a saltar en todos los charcos, a rebozarme por todos los lodos.

A mi madre la quiero mil, no, un millón, hasta la luna ida y vuelta, hasta el infinito y más allá.  No se lo digo muchas veces, no tantas como debería. Quizás sea hora de ponerle remedio. Porque nunca me faltó el cariño, jamás. Ni entonces, cuando era una niña complicada, ni ahora, que soy una mujer con carácter explosivo. Ni a mis niños, que la quieren más que yo, si eso es posible. 

Mi mamá no era una gran cocinera, pero la carne con patatas amarillas, la bordaba, o al menos, a mí me sabía a gloria bendita. Y cuando cocino esto, pienso en mi mamá, en su cariño, en todas las cosas buenas que me ha dado y me ha enseñado. Y espero hacerlo al menos la mitad de bien con mis niños que lo ha hecho ella conmigo. 

Así que os dejo este guiso de mamá, no igual que mi mamá porque cada mamá en su cocina es un mundo, y yo también. Pero huele a hogar, sabe a cariño, y deja amor en el estómago y en el corazón.

Te quiero, mamá.


Costilla con patatas {Carne con patatas amarillas}

Ingredientes para 4 personas
  • 1 kg de costilla de cerdo {podéis usar alguna otra carne de guisar que os guste}
  • 1 cebolla grande.
  • 2 dientes de ajo.
  • 1/2 pimiento rojo.
  • 1 tomate grande.
  • 4 patatas grandes.
  • 1 hoja de laurel.
  • una pizca de colorante alimentario (o azafrán).
  • aceite de oliva.
  • sal.

Preparación:
1. Cortamos la costilla en trozos más o menos grandes, según nos guste. Los rehogamos en una cazuela con un buen chorro de aceite de oliva, hasta que estén dorados por todos lados. Si es necesario, hacemos esto en varias tandas, para que se doren bien. Reservamos en una fuente.

2. En la misma cazuela, rehogamos la cebolla y el ajo picados. Sofreímos, removiendo de vez en cuando para evitar que se queme. Cuando la cebolla comience a estar transparente, añadimos el pimiento rojo picado junto con la hoja de laurel.

3. Cuando ya todas las verduras estén sofritas, añadimos el tomate pelado y picado muy menudito, y dejamos cocinar unos minutos más.

4. Pelamos las patatas y las cortamos en trozos más bien pequeños, rompiéndolas un poco, para que ayuden a espesar la salsa. Las añadimos a la cazuela junto con la costilla que teníamos reservada. Cubrimos con agua, añadimos sal al gusto y el colorante alimentario o azafrán. Removemos un poco y dejamos hervir a fuego lento entre 30 y 45 minutos, iremos comprobando para ver cuándo están hechas las patatas y la costilla blandita.

5. Dejamos reposar 5 minutos y servimos bien calentito.


Montse Nosinmitaper

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