En algĂșn momento os he hablado de lo muchĂsimo que me aterroriza la playa, como muestra de la mediocridad de la raza humana. Pues si hay algo que me aterroriza tanto como la playa o mĂĄs, es la cola del sĂșper. SĂ, habĂ©is leĂdo bien, la cola del supermercado es absolutamente terrorĂfica, no os atreverĂ©is a negarlo...
Vamos a ver. TĂș, madre trabajadora, siempre corriendo, llegas al sĂșper, a hacer la compra. En realidad, haces la compra una vez a la semana, pero, al regresar a casa de trabajar, te das cuenta de que no tienes huevos. Literalmente, no tienes huevos, que los niños quieren una tortilla para comer mañana, y como trabajas, tienes que dejarla hecha de hoy.
Lo que no deberĂas tener es la valentĂa para parar (serĂĄ sĂłlo un momentito) a Ășltima hora en el supermercado. Pero son estas cosas que se hacen sin pensar, las que siempre acaban en tragedia...
Entras como un cohete. Coges los huevos, una botella de aceite, tres kilos de naranjas, un par de latas de bonito, un kilo de arroz, dos de harina y unos macarrones... Ays que se me olvida, un bote de champĂș, mascarilla para el pelo (de esa que deja los rizos suavĂsimos, que aunque yo tenga el pelo corto y liso no importa, a la tĂa del anuncio le queda espectacular y rubĂsima la melena) y unos pastelitos pantera rosa, para ir comiendo de camino a casa. Lo dicho, entrabas un momentito a por unos huevos.
Y te pones en la cola. A reventar, claro. Ocho cajeras mascando chicle. Colas kilomĂ©tricas se extienden ante la caja. Pero tĂș, con tus huevos, y un saco de paciencia. A esperar se ha dicho.
Ya te llega el turno. TĂș allĂ sin prestar atenciĂłn al mundanal ruido. Y de repente, lo sientes. Ese dedito Ăndice acusador que te toca en el hombro derecho. Te giras sorprendida. Una afable ancianita. Te temes lo peor. Ella sĂ que venĂa sĂłlo a por huevos. Y con un par de docenas, te dice: "PodĂas dejar pasar a este señor, que sĂłlo lleva una barra de pan, y tendrĂĄ prisa".
El susodicho señor, se pone colorado, Ă©l no tiene prisa ni nada. Esto es una estrategia de la amable ancianita. De pronto, toda la atenciĂłn del supermercado estĂĄ centrada en ti, en tu carro a rebosar de vĂveres, en el hombre que sĂłlo lleva una barra de pan, y en la ancianita con un par de docenas de huevos.
"Claro, pase buen hombre, yo no tengo prisa" (sabes que estĂĄs mintiendo, a puntito estĂĄs de perderte el "CorazĂłn, corazĂłn").
"Pues si no tienes prisa, paso yo también, que sólo llevo huevos", dice la ancianita.
A cuadros te quedas, paralizada. Y pasa el buen hombre. Y pasa la ancianita con aire triunfante. Otra vez te la han vuelto a jugar. Y a la cajera se le acaba el rollo de papel de la caja registradora cuando te va a atender, y se le bloquea el lector de cĂłdigos de barras, y no tiene cambio ni le va la tpv de las tarjetas. Y cuando llegas a casa, ya no tienes ganas ni de tortilla ni de nĂĄ, sĂłlo de esconderte en una cueva hasta que tengas que volver... al supermercado...
Merluza a la plancha con salsa de mostaza
Ingredientes (para 4 personas)
1 Ăł 2 rodajas de merluza por persona.
sal.
pimienta negra recién molida.
pan rallado.
aceite de oliva.
Para la salsa:
1/2 cebolla pequeña.
1 diente de ajo.
1 cucharada de mostaza de Dijon.
75 ml de vino blanco.
sal.
pimienta negra recién molida.
perejil picado.
aceite de oliva.
PreparaciĂłn:
1. Para preparar la salsa, picamos la cebolla y el ajo y los rehogamos en un cazo con aceite caliente. Salpimentamos. Cuando estén bien pochaditos, le añadimos el vino y la mostaza, y dejamos reducir, unos diez minutos.
2. Trituramos con nuestra batidora de mano. Si fuese necesario, le añadimos un poquito de agua o caldo suave. Probamos y rectificamos la sazón y le añadimos un pellizco de perejil picado.
3. Salpimentamos las rodajas de merluza, y las pasamos por pan rallado, asĂ no se nos pegarĂĄn en la plancha. Ponemos el pescado en una plancha bien caliente con un poquito de aceite, y lo hacemos 3-4 minutos por cada lado, dependiendo del grosor de las rodajas.